— Tengo los labios hinchados,
ambos, la barbilla despellejada, un mordisco en la clavícula, un cardenal en las
costillas y un par de arañazos en las piernas, además de agujetas en todos los
músculos del cuerpo.
— ¡Uy!
— No, no, repetimos cuando quieras,
dame dos minutos para que las pulsaciones bajen al modo taquicardia y me
cuentas eso tan interesante que querías decirme en jadeos.
Karol entra al salón escandalizada
y con los ojos fuera de orbita, mira a su compañera de piso y grita:
— ¡Qué leches estás haciendo!
— Nada, ensayo un guión— contesta
la aludida.
En esos momentos entra por el
pasillo de los dormitorios otra de las chicas y dice con papel en mano:
— Pues ya te estás quitando las
braguitas que pienso dejarte desecha por completo, quizás, ni deje que te
recuperes.
— ¡Pero es que os habéis vuelto todas
locas! Decidme ahora mismo qué narices estáis haciendo y qué son esos
papeles— sigue Karol evidentemente enfadada.
— Eh… nada, solo es un guión.
Las llaves suenan en la puerta y
como un rayo entra una rubia sofocada, con tres bolsos en una mano y el móvil
en la otra.
— Espero que no os falte mucho,
el chofer nos espera en la calle y llegamos tarde casi una hora, ¿os sabéis los
diálogos? — Dice la rubia entregando los bolsos a sus amigas mientras hace
aspavientos con las manos para que se den prisa en salir del piso.
Karol se lanza contra la puerta
de entrada y tapona con su cuerpo el hueco de salida.
— De aquí no sale ni Dios hasta
que no me expliquéis con pelos y señales lo que está pasando… ¡He dicho!
Y mañana más y mejor con nuestra Connie y sus enseñanzas veinteañeras....
Puedes hacer lo que quieras para engañar a la muerte pero el tiempo pasa y,
en ese pasar, te acerca de modo inexorable al momento en que ¡Plof! Se te
fundan los plomos. Iba a hacer un guiño a nuestro gran cantautor. A. Sanz, pero
he pensado que mejor no. Por lo de mi dudosa reputación, que no es plan de
confirmar.
Ayer me sucedieron dos cosas tangencialmente relacionadas. La primera
surrealista, la segunda doméstica. Caminaba por la calle de Alcalá a una altura
a la que la florista no llegó nunca, donde el norte de Madrid linda con el sur
de La Rioja, también conocido como “Emplazamiento donde Cristo perdió la
sandalia”. Caminaba por allí, digo, cuando de un portal salió una mujer con una
carpeta de clip, un bolígrafo y un pelo-bollo digno de Chayanne pero en mujer
(melena negra cardada a la altura del hombro) recogido a un lado con un pasador
gigante. Yo llevaba mi abrigo rojo y mis gafas rojas estilo Pantoja –si la Pantoja
se atreviese a llevar gafas rojas- y oí que la mujer se dirigía a mí en estos
términos:
- Disculpe, señora ¿Conoce usted la Termomix?
- No, gracias.- Contesté.
La respuesta correcta era que sí, gracias. Pero que no, no me iba a comprar
una. Lo que pasa es que llevaba prisa. Que luego mi cita llegó tarde, pero yo
la prisa la llevaba.
Me miré, ofendida y asustada, en un escaparate y constaté que el abrigo,
por rojo que sea, es un poco de señora: muy recto, nada divertido. Y que
combinado con una falda evasé príncipe de Gales y las botas marrones sin tacón…
Pues eso, que un poco señora sí que parecía. Con el abrigo quitado y mi
canalillo al aire es otra cosa –Me empeño en justificar a voz en grito.-, pero
llevaba el dichoso abrigo puesto.
A ver, no me gustó ¿Qué queréis que os diga? Estoy acostumbrada a que me
digan que parezco mucho más joven de lo que soy. Tengo unos rasgos aniñados,
coloretes sobre unas mejillas redondas, cara de pan que hace poco madura… Y
además asumo que parecer más joven es bueno. Intrínsecamente bueno. De donde se
deduce que parecer más viejo o incluso parecer lo que uno es, se entiende como
algo negativo.
En cualquier caso no le di mucha más importancia al asunto. Tenía yo
grandes esperanzas en la tarde noche de ayer e incluso grandes expectativas,
ahí a lo Dickens, que de hecho no se vieron nada, pero que nada defraudadas.
Tenía que decirlo: orgía de licantripiros con cerveza, vino y huevos
estrellados mola. Aunque sea lunes y el país no lo levante hoy ni su madre. La
cosa es que irse de cañas con la rubia de los lunes tiene lo suyo. No solo
porque se sabe más palabras que tú y todos tus ejércitos –Yo con el contexto me
apaño y suelo parecer lista.- , sino porque la tía te coge una guedeja de pelo,
descubre una cana, te mira con los ojos entornados y sonrisa sardónica y te
suelta:
- Bru, tienes que hacer algo ahí ¿eh?
- Tía, no. Estoy haciendo muchos esfuerzos para no teñirme.
- ¿Y eso?
- Porque mi pelo es así.
La So rubia frunce ceño y nariz, lo que le da un aspecto apetecible o más,
y niega con la cabeza.
Esta mañana, claro, con un poco de resaca –No mucha, yo me fui a la una y
media casi sobria.- , me he puesto a leer un libro de crecimiento personal,
autoconocimiento y bla bla bla y, de repente, me ha abofeteado la epifanía: ¿No
me había dicho la misma rubia un rato antes, mis terapeutas todas las veces,
mis mejores amigas durante años, los muchachos de mi vida y todos a quienes he
dado oportunidad que a mí quien me quiere me quiere por mí misma y que si no,
no vale? Entonces ¿Tengo que aceptar que no soy perfecta, que hay cosas de mi
carácter que me perjudican y otras que me benefician y que tengo que vivir con
ambas categorías pero a la vez debo teñirme el pelo?
No me cuadra.
El libro este de autoayuda me decía que puedo escornarme contra la pared
para cambiar mi cuerpo y el número de veces que sonrío tanto como quiera, pero
que quizá debería pensar qué sucederá cuando el cuerpo me traicione. Porque, ya
lo decía yo ahí arriba, podemos hacer lo que se nos antoje para engañar a la
muerte, pero el hecho es que llegará: la piel se arruga, los músculos se
entumecen, el pelo blanquea primero, a veces escasea después, la flaccidez hace
estragos, las manos se llenan de manchas, el escote se apergamina, los ojos
pierden brillo, duelen los pies, se anquilosan las articulaciones. Eso sucede.
Y si no nos hemos trabajado mucho lo que de verdad importa, cuando el declive
nos alcance estaremos solos.
Creo en la inversión de tiempo para que nuestro cuerpo se convierta en la
mejor versión de sí mismo. Porque si se mantiene elástico alcanzará una edad
provecta en mejor estado y nos ayudará a vivir más sanos y mejor. Creo en una
alimentación saludable por los mismos motivos. En lo que empiezo a dejar de
creer es en la necesidad de ser guapos y jóvenes a toda costa.
La juventud tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La madurez tiene
también sus inconvenientes y sus ventajas. Si nos anquilosamos en los 29 nos
perderemos las mieles de los cuarenta. Si nos empeñamos en aparentar 35
perderemos la serenidad de los 50. Imagino que todo esto sonará cogido por los
pelos. Es lo que tienen los pensamientos recién estrenados. No obstante, se le
puede dar una vuelta a la idea a ver qué se nos ocurre: ¿Qué ganamos en
realidad cuando participamos en esta carrera contra el envejecimiento? Y, para
el caso de que no ganemos nada ¿Quién
gana con la carrera en sí?
Y mañana una rubia muy viva nos contará sus cosas... No se pierdan
Hay
experiencias en la vida de uno que lo dejan marcado a fuego. Y quien haya
tenido la oportunidad de participar alguna vez en un rodaje (de los de en
serio, con el móvil saltando en la playa no vale…) sabrán a qué me refiero: el
sentimiento de equipo, la sensación de unión y de una meta común. Es
fantástico.
Un
rodaje es como una cadena de finos eslabones perfectamente engarzados uno a
otro donde todos dependen de otro y donde nadie es prescindible. Los toques
maestros de algunos, la genialidad de otros, las peregrinas ideas del de más
allá, que una vez planteadas y examinadas resultan no solo viables sino increíbles,
van tejiendo la trama de una tela que dará gusto tocar.
Esta
semana he tenido la gran fortuna de compartir tiempo, trabajo y esperanzas con
un equipazo humano sin igual. Vale, el equipo técnico también era de toma pan y
moja, pero no entiendo de cámaras de cine ni de HD, entiendo de personas, de
corazones, de miradas llenas de brillo porque les apasiona lo que hacen. Me refiero
a hablar un mismo idioma porque todos queremos estar ahí y poner nuestro
insignificante granito de arena para que el proyecto se haga mayor y triunfe.
Hace
ya dos años, casi por casualidad, como surgen todas las grandes cosas, mi
novela “Cuarentañeras” (o 40ñeras, como a mí me gusta escribirlo) cayó en manos
de un genio de la imagen, un creador de contenidos audiovisuales, casi tan
perfeccionista y maniático en el trabajo como una servidora. Un alemán en
España, nos llevaríamos bien. Lo que desde el principio fueron conversaciones
entusiastas fue tomando forma hasta principios de esta semana en que arrancó el
rodaje. Esta semana, ya por fin y sin marcha atrás, todos mis personajes han
cobrado vida: Felicia descubría que su mundo se desmoronaba, Rita firmaba
autógrafos a diestro y siniestro mientras juraba que “pensaba denunciar a todo
quisqui”, Lola llevaba confiada a su hijo al colegio sin sospechar lo que le
esperaba en su oficina de toda la vida, Bruno trataba de salvarle “el culo” a
su jefa (nunca mejor dicho)…
De
rincones insospechados surgieron camiones enormes, cajas y cajas, cientos de
metros de cable, colosales cámaras de cine, focos como luminarias de estadio y
tras todo ello, una gente profesional, concienciada, puntualísima y enamorada de
lo que estaban haciendo. Minuto a minuto se ha rodado el capítulo uno de
“40ñeras la serie”. No puedo aseguraros que os volverá loc@s, cada cual tiene
su gusto, lo que sí puedo jurar es que es divertidísima, de una calidad
magistral que sorprenderá a propios y extraños y que está confeccionada con el
mayor amor. El pistoletazo de salida lo dará en abril el Festival de cine de
Málaga y tras eso, el capítulo estará a disposición de todo el mundo en la web
oficial de la serie:
Me
preguntan cómo se siente una escritora cuando el mundo que acaba de crear se
convierte de repente en carne y hueso. Y no he sabido contestar. ¿Sabéis por
qué? Porque aún lo estoy asimilando, todavía no lo creo. Tengo tantas ganas de
ver el resultado como vosotr@s, como los cientos de personas que me escribís
preguntando cuándo podremos disfrutar de este primer capítulo. Especialmente de
un "efecto Poltergeist" del que me habló Jorge Sacristán que va a ser la pera y
os dejará sin habla… Qué ganasssss.
Ay,
madre mía, qué felicidad tan gorda. Ojalá podamos seguir y seguir hasta
completar los 12 capítulos de la primera temporada y seguir entreteniéndoos con
otras muchas después. ¿Queréis participar? Porque entre todos podemos. De momento, GRACIAS a los implicados.
Y mañana miercoles... Algo dulce. "Las galletas de la suerte" de mi morena divina, Alicia Pérez Gil.
Una de las mejores cosas
que te pueden ocurrir es que el mundo, el universo, los hados, lo que sea mueva
toda esta mierda, se conjuren a tu favor, o en tu contra ,según se quiera
entender, y te den ese empujoncito o esa patada en el culo que te hacía falta
para llevar a cabo un proyecto muy recomendable y necesario, que, por cosas de
la desidia, habías pospuesto de forma, digamos, indefinida.
Bueno pues ese momento ha llegado, me ha llegado, es muy
real, y me ha golpeado en la cara con toda la fuerza de los astros enfurecidos
(zas en toda la boca) y sin solución de escaqueo finta o regate. Me explico, esta fuerza descontrolada de la naturaleza tiene
un alias terrorífico: «Cuqui»; y apellidos, los míos propios (Y no, no estoy
embarazada. Por fortuna no ha permitido la sabia Naturaleza aún semejante
desmán). La susodicha, mentada con anterioridad y carne de mi carne, no es otra
que mi hermanita pequeña que, al ver mi nefasta alimentación y estilo de vida
basado en orgías y barbitúricos (ejem, eso argumenta ella) ha decidido hacerme
una laaaaaaaaaaaaaaarga visita sin opción a parlamento. Puesto que mi estudio/despacho
está amueblado igual que mi cabeza; o sea, con un gusto impecable pero no del
todo comprendido por el resto de los mortales y presta una utilidad un tanto
dudosa ,pues llegamos a la conclusión tras una larga reflexión (muy larga, sí,
duró unos treinta segundos) de que hacía falta una urgente reestructuración. Así que, sin más dilación, nos pusimos manos a la obra y es
aquí cuando comienza la apoteósica crónica de mis desdichas y sufrimientos sin
parangón. No busquéis en los libros de historia, ni tampoco referentes en la
literatura, pues no existe constancia de una guerra más cruel, de una
separación más dolorosa o de un amor igual de puro truncado por el deber y la
necesidad que el mío al verme en la penosa obligación de separarme de tantas
cosas atesoradas durante infinidad de años con toda la dedicación y ánimo
compulsivo de una mente tan exquisita y selectiva como la de la rubia que
subscribe. ―No sufras―intentó consolarme mi hermana al verme tambaleante
y sudorosa― No tiras las cosas, solo las llevamos al trastero. ―¡Al trastero! ―gemí yo― A esa lúgubre mazmorra, a esa sede
del inframundo donde se depositan los objetos para que de forma lenta e
insidiosa vayan siendo olvidados, y así, su tránsito hacia el sueño de los
justos sea menos doloroso para sus propietarios. No, no intentes convencerme,
es una traición en toda regla hacia el frikismo. Buaaaaah, mis muñecas.
―Uuuuuh, esto de la conveniencia
va a ser jodido
Pero hay que madurar,
aprender a diferenciar lo contingente de lo necesario, lo superfluo de lo
esencial, Y sobre todo a no aferrarse a los bienes materiales, a practicar el
desapego. El dolor es un engaño de la mente. Hay que dejar las energías fluir y
que te inunde toda la paz y serenidad del cosmos.
Inspira, siente cómo el
aire penetra en tus pulmones y recorre todo tu cuerpo. Abre la caja. Sí ,sí,
esa que encontraste en un contenedor de reciclaje de cartón, o esas otras diez
que te dieron en un supermercado, mientras empezada a lloviznarte encima y te
dabas cuenta de que la ropa, que habías tendido, ya debía (en pasado) estar
seca (ahora, claro, ya no lo está. Lo bueno; continua en las cuerdas, por lo
que sigue en el buen camino. Algo menos en lo que pensar).
No mires, solo mete las
cosas dentro. Primero libros, que hay muuuuuuuuchos. Te das cuenta de que tu
biblioteca es de lo más variada: casi todo lo escrito por Vázquez Figueroa,
¡Qué buen escritor! Capaz de crear desde títulos magníficos, como toda la saga
de Cienfuegos, hasta otros de nivel cagarro de mico, sin perder por ello la
capacidad de distraer y hacerte pasar un rato agradable; Caballo de Troya de
J.J. Benítez, un truño juruño, pero todo una oda a la imaginación y al morro;
Gato Mágico, autor, Nisu, un básico en cualquier biblioteca, sobre todo en la
de su madre. ¡Espera! Robert Graves. Uuuuh sin este no puedo estar, al montón
de los que se quedan; Indro Montanelli, ¡si es de mis preferidos! No, no. Mis
gramáticas, por descontado que se quedan todas; los libros de arte, también;
los manuales, sería un sacrilegio y ¿Cómo sé yo si mañana no va a ser una
cuestión de vida o muerte aprender a hacer circuncisiones a crustáceos? ¿Cómo,
eh, eh?
En fin; tras una larga
lucha interna, conseguí embalar unas cuantas cajas, listas ya para llevarlas al
trastero. Entonces surgió otro pequeñito, chiquitín, casi insignificante
problemilla. El trastero estaba hasta los topes y no entraba ni una compresa
extrafina. Aaaainnnnnnnnnnnnng, la hostia puta.
«No hay dolor; tú puedes,
con lo lista que tú eres, So Blonde, y qué pelo más bonito, ¿te vas a rendir,
tú, So Blonde? Pero si tienes un culo para partir nueces, So Blonde. Anda y
tira, que no hay mal que cien años dure, So Blonde.»
Habló Kant, mi Pepito Grillo particular,
aunque, sin duda, percibiréis un ligero cambio en su léxico y entonación. Es
que, desde que quedé con la Bru, el pobre no ha vuelto a ser el mismo.
Así que, allí nos vimos, vaciando el trastero y pudimos
encontrar objetos de lo más asombrosos: Una bicicleta estática del año la tana
(la de veces que había yo pedaleado en ella mientras veía en el ordenador
Mujeres Desesperadas); una abeja de peluche gigante de esas de la jalea real
que adornan las farmacias (no preguntéis cómo llegó a mis manos porque esa es
otra aventura surrealista que daría para otra entrada, baste con decir que los
protagonistas son un tal Doc y uno al que llaman M); un ventilador roto y
piojoso; estanterías varias ,resto de la mudanza de mi amiga Zoe, y algún que
otro cachivache más. Lo subimos con no pocas complicaciones y alguna que otra
situación comprometida (los tacones y el pijama no es la mejor combinación de
vestuario para que te vean tus vecinos) y también descubrimos un servicio nuevo
que ha implantado la Comunidad de Madrid, TeleCalé, creo que se llama y, oye,
es tan eficiente que ni que avisarlos tienes. Llevan ellos un dispositivo de
localizador intracraneal que te lee el pensamiento, y allí donde se los
necesita, aparecen solitos para resolverte la papeleta con su fregoneta. Tan
amables me parecieron que me dieron ganas de pedirles el teléfono para la
próxima vez que requiera de su ayuda de deshacerme de trastos. No obstante, me
quedo tranquila porque sé que ellos, al igual que los superhéroes, no duermen,
velan por la tranquilidad de los ciudadanos. Conclusión de toda esta historia, (porque a todo hay que darle
una vuelta de tuerca que de lo contrario no me quedo yo a gusto): no hay que
aferrarse a las cosas materiales; se debe practicar el desapego como búsqueda de
la felicidad.
Y la más importante: Los hados son unos hijos
de mala madre, que se aburren mucho en la inmensidad del universo, y, por eso,
tienen que buscar alguna excusa con la que joder a los mortales.
Ahora vais y lo twiteais.
Regina viene de su
RODAJE, así que estará más petarda que de costumbre, no se lo tengáis en cuenta
y leed su Mota Rosa.
Érase
una vez, en un reino muy muy pagano, un joven que respondía al
nombre de Frederich Dan.
Frederich
era conocido en el reino por no ser nada de nada. No era alto ni
bajo. Gordo ni flaco. Listo ni tonto. Espabilado ni vago.
Fredy
Ni, como lo llamaban los que no eran sus amigos ni tampoco sus
adversarios, era un joven común, rozando lo ordinario.
Su
pelo ni largo ni corto no lucía por brillante ni tampoco lo
hacía por apagado. Tenía los ojos entre un patidifuso
estupor y la mirada astuta de una liebre, y su voz, cuando la
utilizaba, no se alzaba dos timbres ni por debajo de dos bajos
quedaba .
Fredy
Ni había nacido en Muy Pagano un día raro en el cual no
hacía calor ni tampoco había nevado. Lloró lo
suficiente para anunciar que había llegado, sin llegar a
llamar demasiado la atención a los que entre las dos y tres y
cuarto, echaban la siesta con sus cabras y ganado.
Con
casi dieciocho, uno arriba dos abajo, Fredy Ni pasaba su tiempo libre
entre trabajar y mascar hojas de tabaco sin preocuparse demasiado por
los temas que pudiese afligir el reino que lo había ignorado.
Una
mañana, sería de primavera, quizás a finales de
otoño, el rey de Muy Pagano recibió una carta atada al
pie de un cuervo que graznaba como un colibrí enamorado.
El
capellán cruzó el gran hall de estatuas de oro y barro
con el papel en la mano como si le persiguiera el diablo, mientras
que con sus dedos libres hacía señales a con quienes se
cruzaba para que le siguiesen y no tener así que darle las
noticias al rey sin nadie más a su lado.
El
rey de Muy Pagano, un señor rechoncho de barba blanca a la
altura del esternón, mirada cansada mas muy avispado, se
encontraba cenando sus cereales, fruta y pescado, mientras observaba
como sus ayudantes llenaban el gran saco rojo que nadie sabía
para qué servía con montones y montones de regalos.
Cuando
el capellán entró con su cuello rojo y cara hinchados,
ya sin voz el pobre bastardo, el rey le señaló y todos
se callaron:
—¿Qué
hace aquí, pobre bastardo?
—Rey
mío, una noticia, una buena nueva, quizás no tan buena
cuan mala os traigo.
Uno
de sus ayudantes, gnomos de nariz coloradas y ojos desorbitados,
avanzó por el suelo de mármol llevando tras de sí
un trozo de satén rojo que marcaba sus pasos.
—¡Mirad!
—Exclamó el rey y todos se tensaron—: ¡Una cometa!
¿O será un burro alado?
Las
risas se alzaron hasta que al pobre diablillo no se le diferenciaba
las orejas de los costados, y al fin, nota en mano y cola de diablo,
se dispuso a entregarla en manos de su jefe y mandatario.
—Decid
qué pone tal nota, pobre bastardo —entonó el rey
mientras acariciaba el lomo de su mascota, una mezcla entre caballo y
poni con un unicuerno de venado.
—Dice,
oh, mi bondadoso rey, que la guerra se desata y se requiere de un
representante para la Cumbre de los Corsarios.
El
murmullo se alzó en diferentes tonos de runrún
descompasados, hasta que gafas en la nariz y pergamino en mano, el
rey leyó el tratado:
—Se
reclama a todos los reyes, de los reinos ricos cómo de los no
tan agraciados, la presencia de uno de sus hijos, nativos mas no
adoptados, para tomar voz y traer el voto de su líder en los
asuntos que aquí serán tratados.
El
rey observó el papel con extremo cuidado, repasando sílaba
a sílaba y pensando, para sus adentros y callado, qué
tiempos aquellos en los que su única lectura eran cartas
escritas a mano por niños que decían ser buenos cuando
en realidad habían sido malos.
—¿Y
a quién elegís, oh, sabio rey? ¿Será al
caballero Juan El Galán, o tal vez su primo, Jorge El
Gallardo?
—Ni
uno ni otro, pues necesitamos que sea especial a la vez que
secundario —contestó el anciano rey mientras peinaba su
largo barbado.
—¡Fredy
Ni, entonces mi rey! —Exclamó el capellán exaltado.
—No
conozco tal Fredy, de Ni no sé nada, y no sé pues si
será el indicado.
—Sí,
mi señor, Ni, el que no es ni joven ni casado, el mismo que
vive entre las praderas y el campo de maíz, sin hablar ni
tampoco ser demasiado callado.
—Fredy
Ni... —dijo el rey pensativo—. ¿Y podrá él
ser el indicado?
—En efecto, excelencia de barba apuesta y cabellos rizados
—contestó el pobre bastardo—. Nadie lo conoce, mas tampoco
es demasiado ignorado. No llama la atención por ser apuesto,
mas no se puede decir que el pobre hombre no sea agraciado. Es
inteligente sin pasarse de sabio, y es sabido que habla cuando tiene
que hacerlo, callando si no es demandado.
Todas
las voces se unieron en un zumbido casi entonado, mientras el rey
miraba al capellán haciendo temblar hasta las muelas del pobre
bastardo.
—Ni,
entonces sea. Traedme al que no es poco ni demasiado, y veré
si podrá ayudarnos ahora que es reclamado.
Fredy
Ni observaba las puntas de los maizales, calculando cuánto les
quedaba para poder ser colectados, cuando caballos al trote y
trompetas en los labios, cinco caballeros se detuvieron a pocos pasos
de su lugar privilegiado.
—Frederich
Dan, Ni, para los que son de tu poblado —empezó en caballero
cuyo yelmo señalaba orgulloso la plata y rojo intercalados—.
Se os reclama ante el rey para una misión a la cuál no
se debe de negar, mas que tampoco se le es obligado.
—Si
no se me es obligado, pues —dijo Ni tras unos segundos, quizás
minutos, de mirarles callado—, podéis volver sobre los
mismos pasos de sus caballos. Y tened cuidado donde pisáis, el
maíz en esta época es muy delicado —Fredy Ni cerró
los ojos y siguió mascando su tabaco. Así seguro se
cansaban y volvían al poblado.
—Fredy
Ni, el que no es ni de aquí ni de allí —dijo el
soldado tras carraspear disgustado—, órdenes del rey
traemos, ¿acaso es usted un renegado?
—¡Pobre
de mí, insensato! —Contestó Fredy ya enfadado—. Soy hijo
de mi padre y de mi madre, un hijo amado. Nací ni aquí
ni en ningún lado, y solo me acojo a mi derecho de permanecer
sentado.
—En
efecto pues, de su derecho hemos indagado. Mas el rey es quien leyes
dicta, y en su nombre se le quita tal legado. Levántate pues,
Frederich Dan, Ni, para los allegados.
—Si
mi señoría insiste, os acompañaré, mas no
de mi agrado. Éso sí, tomad nota, apuntad lo que os he
contado —finalizó Ni a lomos del caballo—: no soy hijo de
aquí, de allí, de ningún lado. Así que si
su señoría mi presencia a reclamado, por mis servicios
exijo ser pagado.
—¡Un
bufón, astuto el tarado! —Exclamó el rey,
arremetiendo contra su pobre caballo venado.
—En
efecto, mi señor. Un pago ha reclamado —contestó el
líder de la caballería, ocultándose tras el
capellán, pobre bastardo.
—¡Haced
pasad a tal Ni! A ver si el que no es ni de aquí ni de allí,
tiene algo que alegar antes de ser decapitado.
Fredy
Ni entró con su cabeza no tan en alto como cabizbajo. Se
detuvo frente al rey y una mirada astuta le echó al poderoso
mandatario.
—¡Vos,
insesanto! El que no sabe de dónde viene mas sí dónde
ha acabado, ¿qué alega en vuestra defensa ante tal
agravio?
—En
efecto, su majestad, el de larga barba y grandes brazos —empezó
Ni mientras liaba una hoja de tabaco—. Mas pondero que ha habido un
error, culparía yo al pobre bastardo —señaló
al capellán quién sostenía la nota entre sus
dedos sudados.
—Un
error dice, Ni el que no es de aquí ni de allí. ¿Cuán
gran podría ser el error que más importante es que
vuestra cabeza a mis pies?
—En
efecto, majestad, si me permite lo aclaro: tal reclamo lo hace al rey
un hijo de su tierra, uno nato, y como bien lo dice su excelencia, no
soy de aquí, de allí, ni de acolá... ¿en
qué podría servir entonces un pobre Ni que apenas sabe
hablar?
El
rey pensativo miró a Ni con los ojos entrecerrados. Sí,
listo el tarado, listo como un condenado.
—En
efecto, Ni, el que no es de aquí, ni de acolá ahijado.
La razón puede que la tenga, mas no del todo está
aclarado.
—Aclarad
entonces, su majestad de barba y saco rojo con regalos. Si a sus
gnomos y capellán queda claro, no seré yo, pobre de mí insensato, el que diga lo contrario.
—A
la Cumbre has de ir. Lo ordenó yo, y así se ha de
cumplir. Mas Ni, el que no pertenece a ningún lado, su pago
tendrá pues, por ser tan astuto... e insensato.
—En
efecto, si pago dice, de ganancias hablemos, excelencia, rey apuesto
y barbado. Reclamo pues algo que no tengo, lo único de lo que
me sé escaso.
—¿Y
de qué se trata, insensato Ni? ¿Tierras, cabras... maíz
inflado?
—Oh, no. Pobre de mí, ¿para qué querer algo que ya
poseo o, en todo caso, me haga trabajar cuándo lo que quiero
es estar sentado? Una moza, una que me acompañe y junto a mí
no pertenezca a reino alguno, que sea como yo, solo un pobre
insensato más en el mundo.
—Y
tal moza, Ni, el de que no es de aquí ni de allí, ¿ya
lo ha pensado?
—En
efecto, mi rey el de caballos y gnomos de ojos desorbitados. Seguro
la conocéis, ¿acaso no es de su sangre la muchacha de
ojos y pelo color pardo?
—¡Tal
precio no se ha de reclamar a un rey! —Bravuconeó el
mandatario golpeando el suelo con su bastón de zafiros
incrustados—. Una princesa es, y con un príncipe ha de
desposarse. ¡Ni, insensato y tarado! Ni mil Cumbres y sicarios
harán que entregue a mi hija en manos de un bastardo.
—Que
así sea —la voz en tono bajo y cansado interrumpió a
los dos hombres ya exaltados.
—¡Id!
No podéis estar aquí —dijo el rey, sus mejillas del
mismo rojo que los sapos escalfados.
—No,
padre. Mi deber he de cumplir y el reino proteger. ¿Acaso no
es lo que debo de hacer?
—En
efecto es vuestro futuro...
—Que
se cumpla pues, el futuro ha de cumplirse y así honrar al
pasado —suspiró la princesa con los ojos empañados.
—Si lo hace, hija mía, princesa de Muy Pagano, ya no serás
ni de aquí ni de allí... ¿acaso te irás a
Muy Lejano?
—Entiendo
pues que mi precio ha sido aceptado —interrumpió Ni mascando
ruidoso sus hojas de tabaco.
—En
efecto, Ni, el que no es de aquí ni de allí —contestó
la princesa a pasos lentos hasta detenerse a su lado—. Si he de no
pertenecer a ningún lado, cómo su señoría,
no ser de aquí ni de acolá, lo haré por mi reino
y por mi padre, y todo se arreglará.
El
rey triste y decepcionado miró a Ni a sus ojos aletargados.
—Frederich
Dan, Fredy Ni para los que son de aquí cómo no lo es su
señoría, la mano de mi hija la tendrá si
acuerda que a nuestro reino nada malo le acaecerá.
—En
efecto, mi señor, suegro ahora diría yo —dijo Ni con
una sonrisa no tan amplia como astuta, echando una mirada de reojo a
la princesa de labios de fruta—. A la cumbre he de ir, y así
lo haré. De mano de mi moza, nada más pediré...
***
—Ni,
el que no es de aquí ni de allí —la suave voz sonó
a su lado—. ¡Insensato! ¡Pobre tarado! —Finalizó
con un profundo beso en sus labios.
—Mi
princesa, ahora cómo yo, ni de aquí ni de acolá,
¿acaso dudaste un segundo de mí, me creíste
fallar?
—Ni más lejos, mi príncipe sin tierra o reino.
Vuestro plan era perfecto, casi como lo haría un verdadero
heredero.
—Pues
acomódate, mujer, y disfruta del viaje. Llegaremos a Muy
Lejano antes de que sea tarde.
—Fredy
Ni, mi dulce Fredy, el que no es de allí, mas que está
aquí —suspiró la princesa mientras la cabeza apoyaba
sobre los hombros anchos mas no tan altos—. ¿Cómo
lograste una nota atar a un cuervo sin ser hallado?
—Confía
en mí, mujer, ahora ni de aquí ni de allí. Soy
insensato, en efecto tarado, mas si de algo no escaseo es de seseras
y tiempo vago. Las ideas de los que cómo yo no pertenecen a
ningún lado son las mejores, ¿ves tu lo contrario?
—Ni,
mi Ni... ¡mi dulce insensato!
***
Un
rey disgustado recibió una nota, pobre capellán acabó
decapitado. En ella las buenas nuevas eran que tal cumbre nunca se
celebró, como no había tal tratado, y que Ni, el que no
era ni de aquí ni de allí, con su hija se había
marchado.
Dos
hijos tenían, y cómo sus padres, no pertenecían
a ningún lado.
Y
vivieron felices... comiendo maíz inflado.
***
**
Y el lunes no os perdáis So Blond t su Blond Mind...
Un día alguien dijo que en el amor y la guerra todo vale. Valiente
cabrón el que comentó aquello, ya estuviese en una trinchera entre dos piernas
o saboreando el néctar de las balas, ni pies ni cabeza debería tener el
tipo/tipa en cuestión.
Empezaremos con el amor, si me permitís elegir.
El amor, ¡el amor! Ese sentimiento que se puede despertar en
los lugares más insospechados, con las personas menos esperadas, quizás,
incluso con las menos indicadas, pero ahí está, dándote de hostias hasta que te
das cuesta de que has caído como un idiota; ya no hay manera de deshacerse
de la opresión en el pecho y tu cabeza solo tiene una imagen. Empieza la lucha
(y sigo hablando de amor), una lucha por la supervivencia, por estar en pie
pese a quién pese y pase lo que pase, tengas la respuesta que sea y se den cómo
se den los acontecimientos.
Te planteas lo bueno o malo que eres, lo poco o mucho que
tienes que ofrecer a ese amor que acaba de aparecer en tu campo visual, en tu ventrículo
derecho o izquierdo (a veces lo ocupa todo y no deja raciocinio para nada más)
Pruebas (como buenamente se puede) a desenmarañar los hilos
que se han roto dentro de ti, desvelar el secreto de si será o no un amor
correspondido, si hay posibilidades y todas esas mierdas. A veces se consigue,
otras, mejor accionar el interruptor en forma de gatillo y pegarse un tiro
entre las cejas, evitando que el calibre del arma sea tan grande como para que la tapa de
los sesos se reviente y lo manche todo a su paso (y sigo hablando de amor y no
de guerra)
Y ahí estás, con tu veredicto, o con la falta del mismo,
jodido y con el mundo vuelto del revés, con las manos en los bolsillos y sin
saber qué paso dar a continuación. El miedo a equivocarte siempre saca lo peor
de las personas.
En escasos casos (sí, lo que puesto adrede) tienes la suerte
de ser correspondido, de sentir que el amor rebota contra la pared del frontón
de tus sueños y te llega de nuevo, un boomerang que no siempre trae la misma
intensidad, pero que recibes con los brazos abiertos y la frente despejada,
dejando que te golpee con toda su fuerza y sin darle importancia al morado de
tu cutis. Los cardenales no siempre duelen.
Bendito el que puede contar esta historia con final feliz, y
la palabra final tiene la connotación más extendida, de meses, años, décadas y
toda esa parafernalia de llegar a envejecer juntitos y agarrados de la mano.
La guerra, ¡la guerra! Esa hija de la gran puta con cara de muñeca
de porcelana y vestido a ganchillo, que esconde su sonrisa maquiavélica tras
rizos rubios sintéticos. Ese diablillo (descripción amable, no os quejéis) que
se pone en el hombro de la gente cuando dudan sobre si hacer el mal o el bien,
sobre dar o no una oportunidad a las personas que tienen en frente. La guerra
es un calentón, como cuando vas en coche y paras en la cuneta sin preservativos
(y sigo hablando de guerra y no de amor), la tienes que meter pero no quieres
consecuencias; el problema es que tienes dónde meterla, ahí, para ti, y te
olvidas de los momentos buenos pasados, de lo que el futuro te puede deparar,
de lo que ese acto impúdico y alocado te puede traer. Y caes, ya te digo que
caes, como un idiota (nuevamente) caes en la equivocada-agradable sensación de insultar
(taladrar, ametrallar, apuñalar o matar si cabe) al objetivo elegido, y se lo sueltas todo, no dejas bala en la recamara porque piensas que es el último duelo
y después de ese momento se acabará todo, pero no es así, luego llegarán como
viles fantasmas los arrepentimientos, los “yo no quise decir esto y aquello”,
los “solo ha sido un mal día”, etc, etc… y todos los etc. que se os ocurran. Y entonces
te ves solo en tu pensamiento, como a la niña perdida en el centro comercial
que nadie reclama por megafonía, sin saber si tirar por el pasillo de las
conservas o por el de los detergentes, sin saber cómo solucionar la guerra que
tú mismo has iniciado por un pensamiento fugaz que no lleva a ningún lado. Y lo
peor de todo, lo más horrible, es saber a ciencia cierta que, si volvieras
marcha atrás volverías a despotricar de la misma manera, bañando de
salpicaduras los ojos de tu enemigo, hasta el punto de dejar de ser persona y
convertirte en algo que hasta tú mismo desprecias.
A toda esta entrada no creo que le encontréis ningún sentido,
no lo tiene, no lo busquéis.
Solo una pequeña recomendación, desde mi humilde
opinión y sin querer ser más o menos que nadie: cuando ames, ama profundamente,
sin restricciones, sin engaños, dándolo todo, que no se rompan los posibles lazos
por inseguridades o la falta de palabras y actos. En la guerra, mejor ir
desnudo y contando mentalmente hasta el millón antes de soltar cualquier mierda
que tu cerebro piense en un instante. Dicen que las palabras se las lleva el
viento, yo creo que una persona vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Como
veis, dos puntos de vista opuestos para dos cosas que no son tan distintas.
Nuestras seis chicas me miran de reojo y bajan la cabeza, no
porque se sientan aludidas, si no porque cada una de ellas rememora sobre su
vida y las veces que han tenido que enfrentarse al amor y la guerra, por
desgracia y en ambos casos, demasiadas veces.
Mañana como cada viernes no os perdáis la entrada especial de mi querida Connie, ella sí que sabe contar las cosas y dejarnos bien claro qué hacer antes de los 30. Hoy me permito el atrevimiento de darle un beso enorme a mi rubia y por supuesto, al resto de mis compañeras de camino.
Hay
cosas en la vida que deberían, sin discusión, ser eternas: el primer beso,
comerse una palmera de chocolate, cuando tu padre te comenta lo orgulloso que
está de ti, aquel aplauso del día del estreno en el teatro de aficionados… Sin
embargo, para nuestra desgracia, en esos álgidos y maravillosos momentos el
segundero corre que se las pela y todo pasa sin volver a repetirse.
Lo
único que permanece intacto e inmutable en nuestra vida (bueno, en la vida de
la mayoría de nosotras, motas rosa) es el puñetero “estar a dieta”. ¡Qué
ascoooo!
A
saber: nos ponemos a dieta después de cada navidad, antes de la semana santa y
del verano (la operación bikini es ya un clásico), e invariablemente, todos los
lunes. Nos llenamos de buenos propósitos, nos creemos con la voluntad
suficiente como para llegar hasta el final sin hacer trampas y por supuesto,
antes de comenzar la dieta, nos pegamos un buen atracón de todo lo habido y por
haber “para despedirnos”.
Ay,
qué excusa tan socorrida. Yo la utilizo cada dos por tres, qué queréis que os
diga.
La
verdad es que comemos de pena; tenemos una asignatura pendiente en el cole:
nutrición. Comemos pero en absoluto nos nutrimos. Si lo hiciésemos, nos harían
falta menos cremas y muchos menos tratamientos de belleza, los kilos de mas no
nos amargarían la vida y tendríamos, de ordinario, mejor humor y una piel
reluciente. ¿Por qué diablos nos enseñan a memorizar las ciudades en los mapas
y no nos adiestran acerca de los alimentos y su tremenda importancia?
Las
mujeres somos esclavas de la dieta, de los kilos de más que pensamos que nos
sobran, siempre hay algo de lo que deshacerse a toda velocidad. Las tiendas nos
vuelven locas con sus cambiantes tallas; la necesidad de estar perfectas para
ciertos eventos sociales nos llevan a cometer auténticas atrocidades con
nuestro organismo; la dieta Ducan es, a medio plazo, terrible para el hígado
(recordad que solo tenemos uno y que debe durar, en lo posible, toda nuestra
vida) y todos los edulcorantes que emplean en las bebidas y alimentos “Light”
son cancerígenos activos o en potencia.
¿Por
qué nadie nos enseña qué es exactamente el aspartamo? ¿Cuándo nos piensan
aclarar por qué los E seguidos de un numerito en la etiqueta impresa de los
alimentos se refieren a aditivos cancerígenos? ¿Que para que los bífidus que
nos venden a bombo y platillo hicieran efectivamente la labor que prometen
necesitaríamos ingerir alrededor de un kilo diario de yogurt? ¿Que el dolor y
el pánico que sienten los animales sacrificados a la hora de morir “inyectan”
hormonas y sustancias altamente tóxicas en la carne que luego nosotros
consumimos?
Madre
mía, el negocio en torno a la alimentación y a las dietas da miedo, no para de
crecer y da pingües beneficios, os lo aseguro. No nos dirán la verdad ni nos
informarán porque ello llevaría al traste sus magníficas empresas. ¿Qué queda?
Responsabilizarnos de nuestra propia salud, informarnos por nuestra cuenta,
buscar alimentos lo más sanos posibles y enterarnos de qué comemos.
La
mayoría de las veces que gritamos “necesito ponerme a dieta” nos sobran menos
de 6 kilos y casi todo es inflamación. Los “malos alimentos” además de no
nutrir, nos hinchan. Los precocinados tienen tal cantidad de sal que retenemos
líquidos (la temida celulitis). Cuando nos privamos de comer, cuando pasamos
hambre, estamos de un humor de perros. ¿Merece la pena? ¿No es preferible
sonreír y ser feliz en lugar de extremadamente delgada? A fin de cuentas… ¿lo
que busca la mayoría de la gente no es gustar a los demás? ¿Y no gustas más si
no echas chispas, rayos y centellas por la boca?
Que
sepas que el positivismo y una risa franca y sincera atraen mucho más y mejor
que una cintura de avispa. Muslos torneados y culo prieto (otro día hablaremos
de los milagros del deporte) combinados con cara de acelga pocha, sirven de
poco. El efecto es efímero y luego te quedas sola… eso sí, con tu cintura
divina.
Y mañana... Ya sabéis. Las mejores galletas del mundo, las de la suerte, las de mi amiga Alicia Pérez Gil.
El agua es la base de la
hidratación y la hidratación es la base de la belleza. Esto lo decía Ben Stiller
en Zoolander, en parodia a los
anuncios de Nivea, vestido de sireno (¡tritón, tritón!)
Pero el agua no es siempre
tu amiga.
De hecho, uno de mis
pobres hermanitos estuvo a punto de morir ahogado, si bien, cierto es, que esto
no dependió tanto del agua como de su, por entonces, falta de volumen corporal.
Ocurrió de la
siguiente manera. La mañana era calurosa, como suelen serlo en Benalmádena en
agosto. El mar se presentaba tentador y en apariencia apacible; sin embargo,
unas juguetonas olas de escasas dimensiones habían hecho su aparición, pero
eran demasiado pequeñas para que alguien pudiera considerarlas una amenaza.
Esto fue un error que casi acaba en tragedia.
Mi hermano Chino
(siempre ha tenido ese mote, se lo puso mi abuelo porque cuando nació, estaba
amarillo) chapoteaba feliz y despreocupado, próximo a la orilla, sin imaginarse
que el peligro le acechaba. Lo vio venir, pero no calculó las consecuencias.
Una gorda de mediana edad que, tras retozar en el agua cual elefanta marina y
bajar su temperatura corporal, dio por concluido su baño y se disponía a retornar a su roca. Entonces,
quiso el destino que estos dos seres tan dispares se encontraran de cerca en el
peor momento, cuando una ola empujó a la inmensa mole que, carente por completo
de estabilidad, cayó encima de mi escuchimizado hermano. El pobre se vio
atrapado y con la cabeza sumergida. Intentó llamar la atención de la bestia
agitando sus manos, pero fue en vano. La mujer tenía tanta grasa que no sentía
su presencia. Un ligero vaivén de la corriente le hizo concebir la esperanza de
verse liberado, más también fue una falsa promesa, porque la gorda solo se
elevó unos exiguos centímetros para desmoronarse otra vez encima de él. El
chico estaba aterrorizado, empezaba a faltarle el aire y fue consciente de que,
si no hacía algo, su breve paso por este mundo acabaría allí. Su esquela
anunciaría: Vivió rápido (y tanto), murió joven y sucumbió aplastado por una
gorda.
¡Qué patético! Así que
una furia ciega, nacida de la desesperación, surgió en su interior. Se habían
acabado las contemplaciones, era una lucha a vida o muerte y la segunda no
entraba en los planes del Chino. Cerró el puño y golpeó a la mujer con saña.
Llevaba una coraza almohadillada, esto daba ventaja a la gorda y dificultaba la
operación, pero él no pensaba darse por vencido. Sacó fuerzas de flaqueza, se
creció ante la adversidad, y al final un derechazo en las costillas logró, por
arte de magia (o de fuerza bruta) que el monstruo marino reaccionase y se
incorporara de un salto hacia arriba.
Mi hermano
consiguió respirar y vivió para contarlo, pero todavía a día de hoy recuerda
que hace muchos años, cuando todavía era un niño flacucho, estuvo a punto de
perecer bajo las nalgas de una descomunal gorda.
El tiempo pasó y el chico
creció y cuando ya era un hombre decidió que necesitaba aprender a boxear.
Muchas cosas habían pasado desde que era un chiquillo revoltoso que se caía
vestido en el mar cuando intentaba atrapar a los cangrejos que se escondían en
los recovecos de las paredes del atracadero en el puerto. ¡Aiiiiiin, nostalgia!
Tus labios no me son amargos, nena.
Recuerdo también que,
cuando éramos pequeños, mi madre nos apuntó a natación. Íbamos en grupos desde
el colegio, que tenía algún tipo de acuerdo concertado con un polideportivo
cercano. Aquí me olvido del agua y se me aparece otra cosa; mierda
Recreo la escena.
Estábamos un grupo mixto de niños y niñas de edades comprendidas entre los
cinco y los siete años en los vestuarios femeninos (porque, ya se sabe, en
realidad, por defecto, y hasta que no se diga lo contrario, en la infancia
todos debemos ser chicas. Eso o que traumatiza menos ver los redondeados
atributos de las dulces mujeres que los colganderos de los audaces machos).Allí
nos desnudábamos todos en pelotón y a cascoporro; colocábamos nuestra ropa como
dios nos daba a entender (por eso nos es de extrañar que luego hubiese algún
intercambio de abrigos, zapatos, camisetas y algún que otro matrimonio
interracial entre calcetines o zapatos, porque la mente de los niños es más
pragmática que la de los adultos.) y nos poníamos los bañadores y esos
sugerentes gorros condón de goma con la mitad del pelo fuera. Tras toda esta
operación, nos íbamos a la piscina y nos pasábamos una horita muy rica, dando
vueltas como peonzas en el agua.
Un día, estábamos
todos en esta maniobra, cuando, un chico, llamémosle Pablito (nombre ficticio)
se quedó en pelotillas para introducirse en el traje de baño. Él estaba a su
bola, sin hacer mal a nadie. Entonces se giró y notó como todo el mundo lo
observaba en silencio.―¿Qué pasa? ― Preguntó el nene.
Nadie respondió. Hasta que uno, de estos
listillos que siempre hay, abrió la boca para anunciar en voz alta lo que los
demás, excepto el pobre implicado y puede que también algún despistado, ya
sabían.
―¡¡¡Pablito tiene
mierda en el culo!!! ―Sentenció Fulano, haciendo gala de esa mala leche que los
tiernos infantes guardan dentro de sí (no nos engañemos. Los críos puede que
sean inocentes, pero también son unos cabrones de tomo y lomo).Ya abierta la
veda; Zutano, Mengano y Rigoberto corearon la gracia al unísono. ―¡¡Tiene
mierda en el culo!!
El afectado se
quedó pálido y aún intentó salvar su dignidad con un socorrido «¡Eso es
mentira!» A la vez que giraba la cabeza para intentar verse el trasero (algo
que solo pueden hacer las contorsionistas chinas y alguna stripper profesional).
Por desgracia era cierto. Allí, en medio de su glúteo derecho, había un pegote,
todavía intacto, de caca color marrón verdoso. Pablito mudó del blanco a un
rojo tomate intenso y, todo nervioso, intentó deshacerse del cuerpo del delito,
para lo cual, no se le ocurrió nada mejor que intentar quitárselo, sin
mediación de nada, con las manos desnudas. Esto con toda lógica fue
contraproducente, porque el mojón quedó impregnado entre sus dedos. El chaval
miró aquella pringue maldita y maloliente que parecía haber decidido unirse a
él en cuerpo y alma. El resto, por su parte, no dejaba de reír y de burlarse de
su víctima. Pablo cada vez se excitaba más, lo que le llevo, en un intento
frenético por librarse de sus deposiciones, a agitar las manos de forma
compulsiva. La caca salió disparada en todas direcciones e impregno en su
recorrido a Fulano, Mengano, Zutano y ya de paso pues a todos los demás
congregados. Esto tuvo un efecto liberador para Pablito. El tema no volvió a
salir a la luz. Puesto que todos habían quedado implicados en mayor o menor
medida y ninguno quería ser la comidilla de los recreos; el asunto se dio por
olvidado. De esta forma, el marrón que metió a Pablo en aquel embrollo, también
le sacó de él.
Estos recuerdo de mi infancia
de nena topo me llegan tras leer la prensa y darme cuenta de que las situaciones
cambian pero que es esta vida las cosas se solucionan a hostias o haciendo al
resto partícipe de tu propia mierda.
Aquí, reinterpretando la
realidad para no encabronarme.
Grabaciones, entrevistas,
presentaciones, sesiones de fotos para Private mediante, mañana habrá Mota Rosa
de Regina Roman.