martes, 23 de abril de 2013

LA MOTA ROSA: Semilleros de imagen



 
Atravesamos una de las semanas GRANDES, con mayúsculas, del cine español: el Festival nacional de Cine de Málaga. Y vais a permitirme la licencia de una entrada algo desmarcada, que mezcle reflexión con cierta dosis de frivolidad, fiel a mi teoría y doctrina de que lo extremadamente sesudo confunde y densifica mientras que lo vital aderezado cual ensalada con pizcas de humor, fluye y se filtra aun sin querer.

Recapitulemos. Este Festival, tan querido por los profesionales del ramo y tan exitoso en su función de plataforma promocional de la industria cinematográfica española, nació en 1998; hace casi tres días con ayer. Germinó rodeado de un notable semillero de talentos artísticos malagueños que fomentaron su implantación. No surgió el cine malagueño al amparo del festival, me atrevería a decir (aunque siempre habrá quien discrepe y gozará de todos mis respetos) que ocurrió al contrario. Y es que Málaga siempre ha sido cuna de glorioso arte. Se me llena la boca al decirlo. Y obviaré el tópico de nombrar uno por uno, a todos esos genios de la cultura, malagueños de pura cepa, bien conocidos por todos, que saltaron sin dificultad a la palestra internacional, en un mundo plagado de obstáculos.


Ahora bien, ¿cuál es la situación del cine en la actualidad? Paso a narrarla en cuanto termine de secarme las lágrimas.

Comenzando porque las ayudas e incentivos económicos tanto a nivel local como nacional son irrisorias (cuando existen) y que aquí se trabaja por amor al arte , diré que a una cinéfila como la que suscribe, le parte el alma acudir a un estreno y ver tan solo seis personas en la sala. Lo que antaño fuera un circo de divertimento sin igual, ahora se me antoja un mausoleo oscuro y hueco, vacío de contenido, despreciado por sus legítimos ocupantes. --> Que te confirmen que el negocio ya no está en la proyección de películas sino en el menú multicalórico de refresco + palomitas + loquecaiga que te compras al entrar (sobre todo si acudes con niños, que te saquean) te desmorona un montón de tontas ilusiones de juventud, de cuando ir al cine era una experiencia fuera de la rutina ordinaria, algo para recordar.




Y es que los tiempos cambian. Con la presión informe de la crisis, los escasos espectadores hasta se llevan las gominolas de casa, de modo que igual acaban los señores del negocio poniéndose las pilas y se reinventan por este motivo, ya que el haber perdido completamente la esencia, que es ser sala de proyección y espectáculo, no les basta, no parece ser acicate suficiente. 
 
Los cines vivieron su última revolución allá por la instauración de las multisalas, yo ni recuerdo la fecha. A partir de entonces, solo el 3D que tan perjudicial para la vista resulta. ¿Nada más? Diréis. Nada más. Muchos años, pocas novedades, mucha pasividad. Eso sí, en los efectos especiales que adornan guiones a veces soporíferos, se invierten más millones cada día, pero en la modernización de la industria como tal no veo yo el más mínimo interés.

Por poner un caso: para un amante del cine, las trabas que impiden desplazarse a la sala son múltiples. Desde una enfermedad, un niño al que cuidar, un familiar enfermo, un monedero que alcanza para las entradas pero no para el resto y las pitanzas… ¿Sigo? Bien, pues toda esa gente espera como agua de mayo “el cine en casa”, la posibilidad de ver películas actuales en descarga legal, pagando una cantidad razonable (entre 2 y 4 €, por poner un ejemplo). Ya que al fin y al cabo las películas nuevas no duran más de dos-tres semanas en cartel (cosa que no entiendo, o te das prisa o ya no las pillas, con lo que cuesta hacerlas…) podrían pasar, transcurrido ese lapso de tiempo, a engrosar la lista de “disponibles” para “el cine en casa” y seguirían rindiendo como producto.

¿No se trata de eso, de recaudar? Pues todos contentos. La productora recupera inversión y ganancias, los amantes del séptimo arte disfrutamos de la película tranquilamente retrepados en nuestros sofás.

¿Por qué no? ¿Por qué no se deciden? ¿Por qué siguen posponiendo una decisión cuya ausencia empuja al pirateo y cuando la acometen se asfixia en tímidos amagos?


Otra sugerencia. Modificar esas grandes salas inhóspitas la mayoría de las veces, recomponerlas, sustituir incómodas sillas por sofás, aliñar las películas con actuaciones en vivo de grupos musicales locales, crear, en definitiva, todo un círculo de variedades en torno a la actividad de “ir al cine” que incentive la afluencia de público. Sí, ese público que ahora, devorado por las obligaciones o la holgazanería, está desmotivado, aburrido de ver siempre lo mismo y se queda en casa.
 
La verdad, estas no son más que meras reflexiones sin especial sapiencia, no soy “mejoradora de empresas”, ojalá lo fuera. Bueno, ¿de qué serviría? Nadie me iba a escuchar. Solo soy una espectadora triste, decepcionada con tantas quejas y tan poca acción. Menos demagogia, menos atacar al pirateo y más darle al coco para mejorar, renovar y modernizar un sector que se nos escurre de las manos porque ha decidido dejar de funcionar.

S.O.S. al cine. Nos leemos.






Y mañana miércoles, Alicia Pérez Gil sacará del horno sus deliciosas galletas de la suerte. Atención, atención, a ver de qué van esta semana... 




2 comentarios:

  1. Igual que hay libros de diferentes precios, hoteles de distinta calidad, etc.. ¿no debería haber películas de diferente precio en base al presupuesto, o a algún criterio? Hay algunas por las que no me importaría pagar (incluso de alguna taconera jajaj), pero otras por las que deberían pagarme por verlas.
    De todas formas, hay cosas que nunca mueren..aunque parezca que el mundo se acaba.
    ¡¡Viva el glamour!!

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  2. Tienes toda la razón. Bien sea con diferenciación de taquilla, nuevas actividades añadidas o salsa chimichurri, el cine debe reinventarse o acabará de estrellarse. Y lo digo con la mano en el corazón y la lágrima en la comisura... snif, snif

    R.R. (Martin. Desde su butaca con las palomitas)

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