Feliz, feliz y feliz. Mi chico tiene un piso propio
(arrendado), espacioso (exagero un poco), ordenado (por ahora) y YO tengo una
llave, ¡yuppy!
Impulso instantáneo de escapar al Ikea y decorarlo todo
con maripositas, impulso reprimido al verme envuelta entre las sábanas a rayas
azules y blancas en la nueva cama de mi Jóse.
Esto es genial, porque tiene una cocina y recién levantadito
solo con sus bóxer negro prepara el desayuno en una cocina de verdad.
¡É un miracolo!
Se terminaron los días en la mini habitación detrás de su
tienda (video club) y los desayunos de la máquina dispensadora entre las
películas de terror.
Presiento que celebraremos las pascuas en su comedor, iré
al baño para contar las sillas, además quiero lavarme los dientes, (aún no lo
he traído, pero claro, primordial un cepillo de dientes rosa, bien femenino
para marcar territorio).
¡Cuatro sillas! ¡Maldita sea!
Somos seis las taconeras más algún chico, sí estamos en
primavera y en tacones hay amor.
Vale, cuatro sillas y la del ordenador, alguien en el
coche tendrá que traer alguna plegable, se las pediré a Regi que tiene una
terraza divina.
Mmmm, tendré que decirle a Jóse porque deberá preparar un
buen menú. Yo no soy muy cocinitas, mis antecedentes me delatan.
Pues, pedir chino tampoco es plan, porque es pascua y se
celebran con comilonas. Seremos doce como mínimo.
Ok, después del café confieso mi plan.
Mientras tanto ya he creado un grupo en whastapp, asunto:
Inauguración del piso y pascua, quería un título más extenso pero no me lo
permite.
Ya he medio organizado con Regina el tema de las sillas,
Irene se ha ofrecido a preparar su tarta de tres chocolates, que es una delicia
y las demás confirmaron asistencia y en parejas.
¡Yuppy! Soy un as de la organización. Jóse quedará
maravillado.
Creo que el aseo es el sitio más inspirador para crear
oportunidades.
¡Yuppy! Lo he dicho mil veces pero es que he vuelto a la
cama y aún está calentita, mientras veo a Jóse que se acerca con una super
bandeja con café, tostadas y zumo.
La vida de novia es genial y encima una tan maravillosa
como yo, estamos a viernes y ya he organizado el domingo.
―Rubita, te tengo una sorpresa más.
―Y yo… ―contesto entusiasmada, pero le dejo continuar
porque soy una cotilla y no me aguanto.
―Este domingo iremos a comer a casa de mis padres, quiero
que los conozcas, yo ya he pasado por lo mismo con los tuyos, y además es una
tradición en pascua porque iremos al pueblo, allí conocerás a toda mi familia.
―Eiggggg ―se me escapa, mientras pienso:
bjgtufhf&%/()/%$$%=)(%······333
―¿Qué dices? ¿Ya tenías algún plan?
―¿Planes, yo? ¡Qué va! Es una magni, maravi, una estupenda
idea! ―contesto tartamudeando.
PINCHANDO "AQUÍ" LA PRIMERA PARTE DE ESTA HISTORIA
Las seis chicas estaban
nerviosas, no querían meterse en problemas pero su paciencia se había agotado y
era hora de poner los puntos sobre la i.
Karol pasó al dormitorio de
Connie, tenía que convencerla de que ocultarse no era la mejor opción, si
habían trazado el plan juntas, juntas tenían que cumplirlo.
— Venga, nena, ya está todo listo
y te necesitamos en el salón.
— Yo no voy, me muero de miedo
¿has visto con qué cara nos mira?
— Pues no la mires tú a ella, así
de fácil.
— Claro, quieres que me siente en
frente y mire a las musarañas. Esto es una encerrona y no veo que se haya
asustado, la verdad. Vamos a tener problemas, estoy segura.
—¿Y
has visto lo que se parece la tipa a…?
— Calla, que la pobre Irene se ha
quedado flipada cuando la ha visto, a mí me ha dado un escalofrío.
Tras unos minutos de
conversación, las dos chicas salieron al encuentro de sus amigas y su
“invitada” especial.
El salón estaba muy oscuro, las
cortinas cerradas y la persiana dejaba entrar pequeños destellos por los
agujeritos, aunque insuficientes para ver con claridad la estancia.
So se acercó a la lamparita junto
al teléfono y después de encenderla, puso el regulador en la mínima potencia,
de todas formas, no quería iluminar demasiado la habitación.
Dando la espalda a la ventana,
sentada en una silla y con los pies y las manos atados con cinta americana, descansaba
una rubia con cara de pocos amigos. Resoplaba cada pocos minutos, al parecer,
los raptos no le hacían gracia.
Delante de ella habían colocado
seis sillas alineadas, aquel era el lugar que ocuparían las taconeras para el
interrogatorio.
— No es por meter prisa, pero me
gustaría sabes qué cojones hago aquí— dijo la secuestrada.
— No le hagáis ni caso, esto lo
vamos a llevar a nuestro modo. Que no os intimide esta desgraciada— habló So
para el resto de sus amigas.
— ¡Eh! Sin faltar, que yo he
colaborado…
— ¿Colaborar? Sí, has colaborado haciendo
de nuestras vidas un tormento. ¡Yo me la cargo ya y asunto arreglado! — Gritó Alicia a punto de tirarse encima de la chica.
— Tranquilidad, ¡joder! La
tenemos atada y no puede hacernos nada ¿vale? Así que un poquito de autocontrol,
todas tendremos nuestro momento— Aclaró Regina mientras alisaba las arrugas de
su falda.
— Bien, empezaré yo, quiero que
termine el numerito lo antes posible— dijo Karol mientras sujetaba a Connie por
el brazo para que no escapara de su lado. La rubia estaba muy nerviosa—. Vamos
a ver, guapetona “véase el sarcasmo”— hizo comillas en el aire—, desde unos
meses a esta parte has convertido nuestras vidas en un tormento, nos has metido
en infinidad de tragedias, de malos rollos, situaciones en las que hemos
llorado, sufrido lo indecible y lo peor de todo, nos has hecho daño como a
viles animales. Nos gustaría saber, y creo que hablo en nombre de todas, ¿qué
leches te hemos hecho nosotras para que nos trates así?
Las taconeras se cruzaron de
brazos al tiempo, y esperaron que la interrogada hablara.
La rubia atada carraspeó, ladeó
la cabeza un poco y con una sonrisa pérfida, dijo:
— Tengo la garganta seca, ¿podría
beber algo?
— No, habla— contestó tajante Irene,
aún aturdida por el shock al ver la apariencia de la chica.
— ¿Y un cigarrito? No fumo, pero
en estos momentos me vendría muy bien.
— Tienes las manos atadas a la
espalda, no creo que estés en condiciones de fumar, déjate de gilipolleces y
contesta la puta pregunta— siguió So, entrecerrando los ojos.
— Que falta de hospitalidad… Además,
no he entendido la pregunta, yo no veo nada malo en mi comportamiento, solo
hice mi trabajo, eso es todo. Tendrás que especificar en qué os hice daño— la
rubia atada se agitó en el asiento y puso gesto de dolor cuando sintió las
rozaduras que la cinta le hacía en las muñecas.
Ilustración Juapi
— ¡Hasta aquí podíamos llegar! Mira,
cabrona de mierda, nos has metido en un montón de líos, acaso no recuerdas las
aventuras con los demonios que casi nos matan, los universos paralelos y viajes
en el tiempo, nos cambiaste de color de pelo y forma de ojos; despedidas de
soltera que terminaron en la cárcel, si no llega a ser por Regina y su abogado,
aún estaríamos allí; nos hiciste perder la memoria, ¡joder! ¡Fuimos las
culpables de la destrucción del mundo! Pero si hasta nos has plagado el cuerpo
de putos granos con una invasión de pulgas de la hostia, será mejor que me des
una explicación coherente, porque te juro que no sales de este piso hoy con todas
las partes de tu cuerpo completas ¿Me has entendido ahora con claridad? — Dijo
Alicia, a punto de estallar de pura rabia.
— ¡Ah! Eso. Pues vaya, yo pensé
que os lo habíais pasado bien. Os convertí en las cantantes más famosas de toda
China, y os puse como heroínas macizorras con trajecitos chulos, que os
recuerdo, por si lo habéis olvidado, la historia terminó con vosotras salvando
el mundo. Lo reconozco, las pulgas fue un poco coñazo, pero tampoco es para
tanto…
Alicia y sus cinco amigas no
daban crédito a lo que escuchaban, la escritora que tenían en frente estaba
totalmente segura de lo que decía, no sentía ningún tipo de remordimiento por
sus fechorías, y ellas habían sido el blanco de su diana.
Connie, levantó la cabeza por
primera vez, y miró enfadada a la escritora atada.
— Has destrozado nuestras vidas. Nos
distes unos hijos demoníacos convirtiéndonos en malas madres, confesamos ser
lesbianas con amores imposibles, le diste a Irene el concierto de su vida para
luego destrozarlo con una cancelación que casi entra en depresión la pobre. No tienes
corazón. Pero si hasta nos mataste en un accidente de coche… mandándonos al
cielo y al infierno ¡con el puto demonio!...
— Eeeeh… Para el carro, para. Lo del
concierto no fue mi culpa, ese día teníamos invitado y “ÉL” decidió que la
historia terminara así, yo no tuve nada que ver... — intentó defenderse la
escritora.
— Y no se te olvide cuando nos
cambió de cuerpos…— Agregó Regina.
— Esa tampoco fui yo, además creo
recordar que era todo una broma que…
— ¡Una broma! Me río yo de las
bromitas que inventas, que nos has metido hasta fantasmas en casa— dijo So,
mientras el resto de chicas asentían con la cabeza en muestra de apoyo.
— Yo sé de algunas que no están
tan descontentas con esos “fantasmas”…— la escritora enarcó una ceja mirando a
Karol que, inmediatamente se sonrojó.
— ¡Y una mierda que te comas! Nos
has metido en una guerra de pintura con chicos que seguramente no tenían culpa
de nada. Y no voy ha hablar del día de las putas manchas naranjas por todo el
cuerpo, porque entonces me caliento y…— contestó Karol.
— Ah, sí, ese día fue muy
divertido— la escritora se río con una gran y sobreactuada carcajada.
— Pero miradla, si además se lo
está pasando pipa. Tenemos que cortarle algo ¡ya! — Sentenció Alicia.
— Espera, Ali. Verás, voy a ser
buena gente y te voy a conceder una última oportunidad para que te disculpes,
asumas tus errores y des tu brazo a torcer. No te garantizo que salgas de aquí
con vida, pero al menos, intentaremos que sea rápido— dijo Karol levantando el
mentón, esperando la respuesta.
— Sois muy ilusas, en cierta
manera me habéis decepcionado, os creía más… inteligentes. Pero nada, supongo
que todo el mundo se equivoca alguna vez. De aquí saldré cuándo y cómo me de la
gana, por si no lo habíais notado yo soy la que escribe la historia, soy la que
maneja vuestros hilos— dijo la escritora agrandando la sonrisa—, si no me he
levantado hasta ahora, es porque me hacía gracia el espectáculo que estabais
montando, pero lo cierto es que llego tarde a una cita y os voy a tener que
dejar. Otro día nos tomamos unas cañitas, si os apetece, claro. Y aunque yo no
soy mucho de amenazas, a partir de ahora seré mucho más… contundente con
vuestra historia. Chicas, chicas, chicas, no está bien meterse con quien os da
de comer, es algo a tener en cuenta. Nos vemos la semana que viene, “guapetonas”.
Tras pronunciar aquellas
palabras, la escritora deshizo las ataduras de sus muñecas y tobillos con un
chasquido de dedos, dejó paralizadas en sus asientos a las seis taconeras, como
si sus culitos estuviesen pegados con Súper Glue, y se levantó dirección a la
calle mientras canturreaba una de sus canciones preferidas de Jack White.
Palabras de la autora:
Hola a tod@s, espero que os haya gustado el final de esta
historia, hoy es un día especial, como habréis visto arriba en grande, hemos
tenido el placer de contar con la obra de un gran ilustrador, él es Juan
Antonio Abad Gonzalez (Juapi), que aceptó el trabajo de poner carita a esta
historia de secuestros y mujeres perversas ^^ Le ha quedado genial, ha enfocado
maravillosamente el escenario que rodeaba a nuestras taconeras y a una
servidora. Tiene un estilo que a mí me apasiona, sus dibujos son muy
detallistas, minuciosos y llenos de colores (aunque este sea en blanco y negro)
Aquí os dejo sus páginas webs, para que podáis contemplar
todos sus trabajos y el correo electrónico para poneros en contacto con él. Su talento no tiene límites. Web: www.elescritoriodejuapi.comFacebook: https://www.facebook.com/juapilustradorMail de contacto: estudioseinen@hotmail.com
Muchas gracias, artista!!
También quería proponeos un pequeño juego, sé que algunos de
vosotros sois asiduos al blog y conocéis las aventuras de las seis chicas en
tacones, me gustaría saber qué relato ha sido vuestro favorito en estos casi
diez meses de publicaciones. Estaré encantada de conocer vuestras preferencias. Y ahora sí, un besote para tod@s y que paséis una Semana
Santa estupenda.
Y mañana podréis disfrutar de una entrada de lo más recomendable, imperdible diría yo, con nuestra rubia loca y encantadora, Connie y su qué hacer antes de los 30.
Como somos personas, todos tenemos una. Es esa señora que te obligaba a
lavarte los dientes, que no te permitía salir hasta tarde, que te reclamaba
buenas notas, cocinaba verdura y aún hoy te hace regalos inexplicables de los
que te hacen pensar que no es posible que alguien que te llevara en su seno te
conozca tan poco.
Cuando somos muy pequeños, dependemos de ellas para la vida. Si no nos dan
de comer, si no nos protegen del frío, si no nos cuidan, morimos. Es así. Nos
gustará o no, pero es lo que hay. Sin una madre –o un padre- o una figura que
la sustituya, los bebés no crecen, se hipotecan, se reproducen y mueren: se
limitan a morir. Durante el desarrollo de su labora maternal, las señoras que
nos tren al mundo suelen tener buenas intenciones. Es decir, no nos odian, ni
pretenden hacer un infierno de nuestras vidas. Al menos en la mayoría de los
casos no; aunque de todo hay en el mundo. La buena idea, de todas formas, no garantiza
nada. Al contrario, afirmo por experiencia que las madres se equivocan a lo
largo de su carrera en muchísimas ocasiones.
No es por disculparlas, pero ser madre es algo parecido a ser…
desarrollador de software para la NASA en 2013 disponiendo de tecnología del
2000. O sea, que tienes que amar y educar a un cohete que debe sobrevivir en la
época actual, pero para hacerlo sólo dispones de tu acerbo personal, que
recibiste hace una media de treinta años (La media en la actualidad es
superior.). Creo que esa es la base del conflicto generacional: la mujer que jugó
con una muñeca de cartón debe criar a una hija que crecerá entre Barbies con
mil vestidos. La mujer que peinó Barbies de melena dorada asistirá al
desarrollo de una hija que manejará como una extensión de su propio cuerpo
tablets, i-phones, etc.
Eso para empezar. Luego están las broncas atávicas acerca de la hora de
llegada, el maquillaje, los chicos, los trapos, la relación nefasta con la
comida y con el cuerpo (estas dos últimas con un frecuente componente heredado),
la imposición de llegar donde ellas no llegaron que ellas entienden como una
ofrenda a nosotras de lo que ellas no tuvieron. También la represión, la
presión, la pre-represión, la post-presión… Una relación madre-hija normalita
conlleva una serie de tiras y aflojas tremenda durante la que se forja la
personalidad de la hija y se modera el carácter de la madre. En una relación
maternofilial tóxica es posible que la madre destroce a la hija o viceversa. En
cualquiera de los dos casos es responsabilidad de la hija crecer y cortar el
cordón umbilical.
Mi abuela se quedó embarazada y se casó. Hablamos de un ambiente rural en
el Aragón profundo. Sí, de Castilla y Aragón nacen las galletas. Nadie más
española que yo, y olé. Además mi padre el castellano se llamaba Fernando,
chupaos esa, nacionalistas de toda catadura. Porque mi madre se llama María Jesús,
que si la bautizan Isabel…
Bueno, regreso a lo mío: mi abuela embarazada se encuentra con mi abuelo el
maltratador y vira la mirada a mi bisabuela. Recordad: Aragón profundo en plena
posguerra. Hablamos de 1950, que podría parecer que no, pero las Españas eran
todavía dos (si es que no siguen siéndolo) y los pueblos de ambas se regían por
determinadas convenciones férreas como Martín Fierro (si es que no se siguen
rigiendo). Vamos, que mi bisabuela le dice que esos lodos son culpa de aquellos
polvos y que con su pan se lo coma.
Me puedo imaginar la rabia contenida, la impotencia, el dolor, la soledad,
la pequeñez que sentiría mi abuela contra mi bisabuela. Me lo puedo imaginar
porque he asistido a todo eso en la figura de mi madre que lo sintió contra mi abuela
porque ella no la protegió de su padre, de mi abuelo el maltratador. Y no sólo
puedo imaginarlo, sino que lo comprendo. Porque soy hija y me he sentido
desprotegida, incomprendida y mal criada. No malcriada, asumo que se ve la diferencia.
Sin embargo, mi abuela no aceptó la responsabilidad de superar los errores
de su madre y eso la llevó a repetirlos en la mía. Y mi madre, que quiso
subsanar los errores de la suya, se excedió y nos traspasó a mi hermana y a mí
traumas heredados varios. Múltiples y graves, diría. Ahora bien, soy una mujer
adulta de 39 años de edad con experiecnias propias y capacidad de decisión. Me
queda mucho por vivir y mucho por aprender. Me queda todo el resto de mi vida
por crecer y llevo desde los dieciséis diciendo que es mía la vida. Es MI vida.
Sería hipócrita y cobarde escudarme en los errores de mujeres que hoy están
muertas o arrepentidas. Sería la mitad de lo que soy y menos de un cuarto de lo
que podré ser si no me dijera en este momento que hace ya tiempo que dejé de
depender de mi madre. No hablo ya de perdón, sino de liberación, de coger los
planos de mi vida –vosotros de las vuestras- y construir con mis propias
herramientas los pisos que me queden hasta llegar al ático. Habrá quien diga que si los cimientos están
torcidos malamente se puede edificar un edificio sólido. Yo contesto que los
cimientos se pueden tirar abajo y comenzar de nuevo.
No digo que sea fácil, sólo que es posible.
Y mañana la rubia que nos encuentra y nos pierde, una mala influencia según cualquier madre que se precie...
Una llega a los treinta y nueve años con la bonita sonrisa que conocéis,
los ojos que vitoreáis y el cuerpo lleno de agujetas porque empezar el gimnasio
a los 40 se pasa de tópico ¿Por qué? Pues porque ya decía la Cosmopolitan en
mis años mozos que lo que no fueras
antes de los treinta, raro sería que lo fueras después. Hablamos de frescura
orgánica, no de inteligencia emocional, que esa mejora como los vinos mientras
que la otra decae como los edificios de la Habana.
Lo que la Cosmo se callaba era TODO lo demás. Esas cosas que empiezan a
pasar factura una vez alcanzada la edad adulta. Todo comienza, como en los
telefilmes (Ya me gustaría que la vida tuviera un presupuesto de comedia
romántica con Julia Roberts y Clive Owen, pero no.): chica conoce chico y ambos
se enamoran. Cierto: esto puede dar tantas vueltas como se quiera pero, antes o
después, la cosa termina en enamoramiento. Tras el flechazo vienen la calma y
la convivencia. A veces vienen de la mano. Al menos en mi caso, que tardo menos
en compartir piso que en dar buena cuenta de una palmera de chocolate el primer
día de regla. Tras un periodo razonable de feliz cohabitación, cuando se ha comprobado
que cada uno usa su cepillo de dientes exclu-si-va-men-te, llega el compromiso
en forma de firma de hipoteca.
Hay quien se casa, pero en realidad la formalidad de la boda es una
menudencia. Un matrimonio se rompe en un plis plas; que para eso se ha creado
el divorcio exprés. Ahora bien, a ver quién es el listo que liquida una
hipoteca a treinta años en el tiempo que se tarda en contraerla. Me río yo de
vestidos blancos, lágrimas de alegría y para siempres. Para siempre es el
diferencial más el Euribor con o sin suelo.
Los primeros años la hipoteca es como un jardín. Le vas comprando adornos.
Instalas gas natural como si plantases un bonito arriate de hortensias, pintas
las paredes como si trazaras un caminito de pizarra… Esas cosas que hacen la
vida más cómoda, más colorida y mejor. Pero hay un momento en el que las cosas
cambian. Puede que mantengas la relación. Puede incluso que firmases sola (o
solo, o solo) el préstamo hipotecario y que tu nidito sea tu refugio, el oasis
en el que te refugias del mundo cruel en el que nadas a diario para ganarte el
pan (y el importa de ls cuotas). Nada de eso importa. Las hipotecas, las casas,
también tienen crisis de los cuarenta. Esto es lo que no te dicen en ninguna
parte.
Un día llegas a casa y te quedas con la puerta del microondas en la mano.
No sabes cómo ha sido. Es un micro nuevo, apenas tiene un año, pero no ha
pasado ni el periodo de garantía. Desde el principio no te tuvo muy contenta
porque no calentaba bien, pero tampoco esperabas que se diese por vencido tan
pronto. No le das mucha importancia porque tus suegros te prestan uno que
tenían arrinconado en un trastero y, oye, funciona de maravilla y además es más
grande. Ni te planteas que parezca extraño que un electrodoméstico a todas
luces más antiguo se sienta más cómodo entre tus muros que el que acabas de
tirar a la basura. Al final lo que cuenta es que el desayuno salga a la
temperatura deseada y que la vida siga.
Y sigue. Sigue hasta que la goma del frigorífico, la que impide que se
escape el frío y se pierda así una cantidad de energía considerable (por no
hablar de la factura de la luz), se despega de la puerta. El acontecimiento te
pillará buscando una coca cola o una cerveza, oirás una especie de chasquido
fofo y se te quedará cara de idiota. Hasta que descubres la esquina levantada
del hermético y le quitas importancia porque, total, un poco de pegamento extra
fuerte hace milagros. Y los hace, sí. Pero tú sabes que esa puerta tiene un
remiendo. Aún así, no relacionas el microondas con la nevera. Quizá porque una
enfría mientras que el otro calienta ¿Qué sé yo? Los caminos del cerebro humano
son inescrutables.
Hay una tercera prueba por la que pasarás antes de llegar a mi estado de
epifanía actual: tu casa nunca está limpia. Has comprado un i-robot que aspira
solito y te hace la vida mucho más fácil. Lo has comprado porque un aspirador
que llevaba contigo más años que la tos ha decidido exhalar su último aliento.
En fin, en su caso lo que ha decidido es negarse a una succión más. De cualquier manera, el resultado es que en tus suelos no se asienta un pelo de
gato, ni un grumo de arena de gato, ni una pelotilla de pienso de gato sin que
tu i-robot dé buena cuenta de ello. Aún así, la casa parece sucia. Con el
tiempo se ha creado una pátina extraña que te recuerda a uno de esos bares de
capital de provincias o de barrio muy barrio donde aún hay pintados mejillones
en los escaparates, las barras son metálicas y los parroquianos se adornan con
mostachos y patillas.
Eso es el deterioro. A las personas se nos caen las nalgas, pero podemos
hacer sentadillas; se nos forman bolsas bajo los ojos, pero podemos tirar de
infusión de manzanilla y rodajas de pepino; se nos cuartea la piel, pero
existen las mascarillas de miel o aceite de oliva. Para lo que no hay remedio
es, con un sueldo ordinario, para una casa que se compró hace diez y que necesita
una reforma de 15.000 euros. Eso avejenta a cualquiera.
Y mañana nos reencontramos sobre los tacones... Mientras el tiempo lo permita.
Muchos
leerán el título, pondrán cara de póker y preguntarán con la boca abierta:
“¿eso que es lo que es?” Y es que para jolgorio de muchos y jodienda de otros
pocos, las labores domésticas son las grandes desconocidas del mundo moderno. Y
no tan moderno. Hasta no hace mucho, su denominación no era comprensible si no
iba atada a la idea de “mujer, fémina, hembra” y se las llamaba “tareas propias
de su sexo” (hay que jod***se). Así rezaba en los documentos de identificación
oficial y tal y cual. Nadie protestaba, porque nada mejor para ser un buen
ciudadano, un citizen de orden y pro, que aceptar los mandatos sociales y
gubernamentales con una sonrisa y total sumisión. No te premian pero tampoco te
fastidian. Tu paga, calla, come y sigue como puedas, esa es la consigna.
Vuelvo
al tema doméstico, que me apasiono y me desvío, que esta semana estoy de
descanso creativo y me palpita la vena reivindicativa. He tenido que ponerme a
mudar muebles de habitación y acometer la “limpieza y reorganización
primaveral” pa no explotar como un
cohete. Vamos al lío:
Desde
un punto de vista masculino, las labores domésticas no existen. Son “cosas” de
la casa que habitualmente se hacen solas. Porque¿cómo si no, se explican esos cestos hasta el
borde de ropa pestilente, esos carros de platos sucios acumulados en el
fregadero, esas sábanas de la cama que se cambian (con mucha suerte) cada dos
meses, esa ropa de deporte y/o interior esparcida por los rincones? ¿Eh? ¿Cómo?
Hasta que viene mamá, o la asistenta, o la novia de turno y pone cada cosa en
su lugar. Lo que me asombra y me deja perpleja no es que no los hagan es… ¡¡que
no les molestan!! ¡¡No los ven!! ¡¡No los huelen!! ¡¡Los obvian, saltan por
encima!!
¿Cómo
lo hacen? Yo quiero ser hombre…
De sobras
sé que mi entrada (y mi tono jocoso, distendido y graciosín) levantará
ampollas, que hay por ahí sueltos hombre muy apañaditos que se manejan en casa
mil veces mejor que una mujer. Pero por más que escueza estaréis conmigo en que
son minoría y que el origen de la puesta en marcha está, por lo general, en una
situación de necesidad ex-tre-ma. Hablo de lo que he visto (y veo), no me
invento nada, lo juro por la torre de Babel. Mis conclusiones son contundentes.
Os cuento y las comparto con sumo gusto:
Misterios
de la nueva era: el modo virtualmente mágico en que los fabulosos gayumbos
“viajan” desde el suelo del dormitorio al tambor de la lavadora, de ahí al
tendedero y vuelta al cajón de la ropa limpia. ¡Voilá!
Mandamientos
del macho: ¿para qué hacer la cama, si por la noche la voy a destrozar
enterita?
Pues qué queréis que os diga… La cosa tiene su lógica.
Las
camisetas no se planchan: razón, “nadie se da cuenta si están arrugadas”.
A
pesar de todo os queremos, os amamos y podemos vivir con vuestras…
peculiaridades. Pero solo porque Dios creó a la mujer flexible, flexible,
flexiiiiibleeee.
Hasta
el martes próximo, amores ;)
Mañana, que es miércoles, cita obligada con las galletas de Alicia Pérez Gil (si no me las han cambiado). No os escaqueeis...
Hay regalos de dolor y
sangre. Es la forma que tiene la diosa de recordarte que tan solo eres la
portadora de su furia y su don. De hacerte sentir pequeña y torpe; de robarte
tu coraza mellada y convertir la hoja de los estiletes en un espejo. Eso te hace
rehuir la mirada, humillarla al suelo, más que cualquier mandato divino.
Las runas, talladas en huesos
de vetustas madres, te hablan de un futuro que no quieres, de días que no aspiras
vivir pues te acercan de forma irremediable a un ocaso que no ha conocido cénit.
Hace frío en tu coto,
tanto que lo has abandonado buscando el mar que siempre te ha dado vida. Pero
este no es tu mar, no reconoces sus sobras ni sus corrientes y las olas te
arrastran para robarte el aire que siempre te has jactado de no necesitar. Aunque
es buena esta humedad, esta nada que te rodea mientras el azul se transforma en
negro y los sonidos desaparecen. Hay rostros de héroes, mejores que tú, que
perecieron ahogados con los ojos abiertos y muecas de calma en el rictus.
Los cadáveres hundidos
tienen la piel blanca y los huesos de esponja.
¿Te servirá aquí tu luz? Eres
la estrella de la mañana en la tierra del no amanecer y eso no augura nada
bueno. El fondo te recibe con un abrazo intenso de limo y sal. Sabes que es
triste sentir erizarse el vello de la nuca ante este gesto, pero no puedes
evitarlo, ya no recuerdas cuando alguien te tocó así, cuando alguien te anheló tanto.
Te cuesta media vida
alzarte, despechar esos brazos, volver a ponerte en guardia. Algo de ti queda
en las aristas calcáreas de coral, dientes de un monstruoso leviatán, y
maldices porque son ilusiones y no recuerdos. Falta de unos, demasiada cargada
de otros.
Las Parcas te han
subestimado al creer que aquí no serías nada, no son las primeras que han
cometido ese error. Te mueves, funcionas, vives en este abismo acuático pero no
es ese el principal peligro. Hay torsos de hembras cosidos a cuerpos de pez que
te rondan, agudos sus dientes, afiladas sus escamas y ríen en un chirrido de
victoria pues tus manos están desnudas y eres un ser de tierra seca.
Cantan mientras sus
aletas describen fantasías en el agua y te ciegan con burbujas, cantan dentro
de tu cabeza con voz dulce y mentirosa:
«¿Qué has
venido a hacer aquí, princesa, has venido a entregar tu carne y hacer que deje
de doler tu alma, princesa?»
Es muy tentadora esa
melodía, demasiada conocida para tus noches de vivac bajo estrellas que son las
únicas que te acompañan.
«Dinos, princesa, ¿no
hubo hermanas de sangre, ni camaradas entre los que dejaste en el mundo del cielo
abierto, princesa?»
Intentas pensar en quién
encenderá tu pira cuando faltes pero te das cuenta de que para que eso
ocurriera alguien debería extrañarte. Nunca arderá esa yesca asaeteada por
certero dardo en llamas.
«Princesa, ¿no hubo un caballero
de negra armadura que consiguiese borrar el mal del hechizo que aquel
nigromante te causó, princesa?»
Esas lamias leen en tus
ojos pues te falta tu yelmo de penacho de oro y sus falsedades te transforman
en una marioneta, en un títere sin soplo de vida propio porque sabes que
cualquier embuste tiene un poso de razón que le otorga cuerpo.
Ante ti aparece la más
grande todas ellas, una hidra marina que se burla agitando su melena, retándote
con una belleza salvaje y tan antigua como el deseo de los hombres.
«¿Es eso verdad,
princesa, no hay nada para ti allá arriba? Dame el mejor bocado, ofrece tu
pecho y te dejaré quedarte aquí con nosotras, princesa.»
Sus garras marcan ya la
incisión en tu esternón y ahora empieza a faltarte el aire. Porque es toda
historia debe tener un final y tus gestas ya han ido contadas, porque los
oráculos han predicho tu caída sin ascensión, porque no dejas hito ni muesca en
memoria alguna.
¿Para qué luchar? ¿Para
qué un nuevo intento?
Sientes la zarpa que desgarra
piel, carne y hueso. El alivio de un último aliento y ya nada duele. Eso las
condena porque sin martirio no te
reconoces, no te recuerdas y te aterra sentirte otra en tu propio sosiego.
―Desde cuándo una
princesa debe pedir nada a una ramera.
El frío de tu corazón
expuesto abrasa y el agua cruje al convertirse en hielo.
Ahora estás en una playa
que es tuya por derecho de conquista. El sol derrite con lentitud el mar que
has helado dando sepultura y muerte a todo lo que contenía. Tienes una nueva
cicatriz aunque no nuevos pecados. El camino es largo hasta tu castillo de
plata, púas y marfil, pero tu paso ligero.
Existe un santuario, escavado
en la roca por manos más sabías y piadosa que las nuestras, en las que se
acumulan ánforas. Cada una de ellas tiene un nombre grabado y, en la gruta que las acoge, se cuentan por
billones. Cada una de esas vasijas, no más grandes que el tamaño de un puño,
guarda odios y amores, sueños y desvelos, lo perdido y ganado, el equipaje y
aparejos de toda una vida. Hay muescas
en su superficie vidriada, si borras o añades una sola, por insignificante que
sea, la arcilla se quiebra.
Podría
parecer que no, pero escribir no lo es siempre todo, ni es lo más importante. A
veces lo que marca la diferencia es la nada. Michael Ende la describió como una
especie de niebla gris que se lo comía todo.Luego la personificó en un lobo. Un animal terrorífico de ojos rojos
como el infierno y fauces dispuestas a devorar a Bastian Baltasar Bux. Yo se lo
habría agradecido ¿A quién se le ocurre transformar a los pobres uyuyuys en
aquellas mariposas estúpidas?
En
fin, hablábamos de la nada y de su relevancia en la vida de una persona.
La
nada es tratar de dormir durante doce horas porque estás de vacaciones y lograr
nueve de milagro.Dar vueltas en la cama
y pensar que no quieres levantarte. Que sí, que hay mil cosas que hacer, pero
que quieres cerrar los ojos, darte la vuelta y seguir en el limbo. Como resulta
que tu cuerpo, que es muy listo –O eso dicen.- decide que no, continúas con tu
nada: te levantas, calientas leche en el microondas nuevo, que ni conoces ni
tiene marcas para los minutos que no son múltiplos de cinco,escogesun Rosabaya de tu tarro de cafés estilosos, tuestas un poco de pan y te
vas al salón. Como el desayuno quema a rabiar, pones la tele y te das cuenta de
que has grabado del Divinity 22 capítulos de Las Chicas Gilmore.
Pasar
las siguientes doce horas pegada a la tele viendo cómo una mujer de cuarenta y
pocos suelta frases absurdas por esa boquita es la nada. Sobre todo porque ya
sabes cómo termina la serie. La nada y tú sois buenas amigas y ya has pasado
por esto antes. Entre vosotras, además, existe un pacto tácito e
inquebrantable: puedes comer lo que quieras que en esos momentos no pasa nada.
Como en casa tampoco tienes un arsenal, tu atracón se limita a los restos de
una tarta de zanaoria con nata.
¿Por
qué la nada es buena y conviene sustituir literatura y vida con ella? Pues
porque la nada no exige nada. Te permite apagar el cerebro. Cuando una es como
Sadako y su cabeza nunca para, unas horas , quizá unos días, de distracción
sirven para calmarla. En este caso han sido unos días: Anatomía de Grey, Las chicas Gilmore, Mujeres desesperadas, Tu casa a
juicio, Sálvame diario, Girls y muchos hidratos de carbono. Y muchos cafés
demasiado calientes.Para embotarme.
Está
más aceptado socialmente el alcohol. Una está pocha, queda con su amiga la
rubia y se la agarra de no menearse. El problema es que yo no estaba pocha, ni
pachucha ni triste. Temo que esto sea difícil de entender. Existe vida más allá
de la tristeza, de la alegría, de la cólera y de los sentimientos que generalmente
manejamos. El cerebro es terreno desconocido a la par que complejo. Y hay que
respetarlo. Porque del cerebro vivimos.
Ocurre
que, como siempre,lo que no usamos a
diarioo lo que desconocemos necesita
ser deglutido, procesado y vomitado en términos inteligibles para nosotros.
Pedir comprensión para estos estados de ánimo es lo mismo que pedir a una
señora de setenta años, votante de derechas, que respete los piercings faciales
de un adolescente actual. Creo que lo mismo
pasaría con una de izquierdas.
La
abulia, el apatismo, la astenia, las ganas de nada, vaya, asustan. Asustan de
igual modo que las ideologías ajenas. Ya he hablado en otras ocasiones de la
tiranía de la alegría.De que si no
estás como unas castañuelas saltan las alarmas de todo el mundo y surgen los
mensajes de apoyo. Inmediatamente brotan de la nada las personas que te quieren
y que te recuerdan que debes alegrarte de la vida y agradecer lo que tienes.
No
hay mucha diferencia entre la obligación de aparecer siempre impecable y la de
estar siempre alegre. No existe mucha distancia entre el deber de ser delgado y
gozar de una buena mata de pelo y el de sonreír a toda costa. Y lo entiendo:
los estado de ánimo grises y las barrigas deformes deben de ser recordatorios
de la vulgaridad y la muerte en un mundo poblado por personas que no reconocen su
propia mediocridad o la temporalidad de su vida.
El
martes, antes de que llegara la nada con el miércoles a librarme unos días de
mí misma, escribí en mi diario que había pasado las cuatromejores horas de mi vida y que aún duraban.
Lo hice mientras tomaba un café frío en mi bar de siempre. Llevaba un chándal
lleno de manchas de pintura, un forro polar que debe sus virtudes caloríficas a
los pelos de gato que se han entretejido con la tela original y unas zapatillas
de deporte de hace diez años. Salía del gimnasio, donde había estado ensayando
pasos de salsa con tanto ritmo y galanura como un topo en la superficie. Un
topo sordo, por precisar; en una clase de amas de casa y chicas en paro con las
que sudé y me reí.
Sin
glamour, sin estilo, sin literatura y justo antes de la nada. Para recordarme
que la vida es mucho más que la nada y mucho menos de lo que pretendemos: menos
complicada, menos exigente, menos difícil.
Si
nos permitimos reír cuando corresponde y llorar en el momento necesario. Si nos
apagamosun momento de vez en cuando.
Y el lunes nos iluminará So Blonde. Seguro que con alguna brillantería salida de su Blonde mind